¡Hola, querida comunidad de mamás y papás! ¿Alguna vez os habéis encontrado en esa situación desconcertante donde vuestro hijo parece estar viviendo una verdadera montaña rusa digestiva?

Un día luchando con el estreñimiento, y al siguiente, una diarrea que no da tregua. Lo sé, ¡es para volverse locos! Como alguien que se preocupa profundamente por el bienestar de los más pequeños, he vivido de cerca la ansiedad y las preguntas que esto genera.
Pensamos: ¿cómo es posible que ocurran dos problemas tan opuestos al mismo tiempo? Es una pregunta que me he hecho mil veces y, por lo que veo en vuestros comentarios y consultas, no soy la única.
La verdad es que no siempre es un misterio insoluble. Las últimas investigaciones en pediatría y la experiencia clínica nos muestran que existen varias razones, a menudo interconectadas, detrás de este fenómeno que, aunque parezca contradictorio, tiene su lógica.
Desde desequilibrios en la delicada flora intestinal hasta ciertas infecciones virales o bacterianas, pasando por sensibilidades alimentarias que antes no considerábamos, el mundo digestivo de nuestros peques es un universo complejo y en constante estudio.
No os preocupéis, que hoy vamos a adentrarnos en las causas más comunes y en las tendencias actuales de cómo entender y abordar por qué el estreñimiento y la diarrea pueden presentarse de forma simultánea en los niños.
¡Prepárense para descubrir información realmente útil y práctica que os dará tranquilidad y, lo más importante, herramientas para actuar con confianza!
¡Acompáñenme, que vamos a desentrañar este enigma de la salud infantil y lo vamos a entender a la perfección!
El enigma del tránsito intestinal caprichoso: ¿Qué está pasando realmente?
Lo sé, queridas familias, es totalmente desconcertante. Un día, vuestro peque está haciendo esfuerzos titánicos en el baño, con esa carita de concentración que nos rompe el alma, y al día siguiente, ¡zas!, una diarrea que parece no tener fin.
¿Cómo es posible que el mismo cuerpecito experimente extremos tan opuestos? Durante años, como madre y como observadora de tantas familias que pasaban por lo mismo, me preguntaba exactamente lo mismo.
Y lo que he aprendido, y lo que las últimas investigaciones nos confirman, es que a veces lo que vemos como dos problemas separados es en realidad la manifestación de un mismo desequilibrio subyacente.
Pensamos que si hay estreñimiento, no puede haber diarrea, pero la realidad digestiva de nuestros hijos es mucho más compleja y fascinante de lo que imaginamos.
La clave está en mirar más allá de la superficie y entender cómo el intestino, ese “segundo cerebro”, intenta adaptarse, a veces de forma un poco caótica, a lo que le estamos dando o a lo que está enfrentando.
Realmente es un rompecabezas, pero uno que, con la información correcta, podemos empezar a armar. No os desaniméis, porque entender el porqué es el primer paso para encontrar la solución.
La paradoja del estreñimiento con fuga
Una de las explicaciones más comunes, y que a menudo se nos pasa por alto, es lo que los especialistas llaman “estreñimiento con fuga” o “encopresis por rebosamiento”.
Esto sucede cuando hay una acumulación de heces duras y secas en el colon, tan grande que forma un tapón. El intestino, en su intento por liberarse de este bloqueo, empieza a producir líquidos y moco.
Estos líquidos, al ser más finos, consiguen filtrarse alrededor del tapón y salir, dando la apariencia de diarrea. Pero la realidad es que el estreñimiento sigue ahí, oculto, siendo la causa principal.
Recuerdo una vez con mi sobrino, que pasaba por algo similar; estaba tan atascado que no comía bien y de repente tenía estos episodios de “diarrea” que nos confundían muchísimo.
Fue el pediatra quien, tras una exploración, nos explicó que era esa fuga. Es una situación muy común que nos engaña, haciéndonos pensar que el problema de estreñimiento ya pasó, cuando en realidad se ha vuelto más severo.
Errores comunes que cometemos al intentar ayudar
Cuando vemos a nuestros hijos sufrir, nuestra primera reacción es querer aliviar su malestar. Y en el intento de ser resolutivos, a veces, sin darnos cuenta, podemos cometer errores que perpetúan el ciclo.
Por ejemplo, si pensamos que el problema es solo diarrea, podemos retirar alimentos que en realidad ayudarían con el estreñimiento subyacente, como la fibra.
O, si es estreñimiento, podemos excedernos con laxantes que irritan el intestino y pueden provocar episodios diarreicos reactivos. La sobremedicación o la automedicación, aunque bien intencionadas, pueden alterar aún más la delicada balanza intestinal.
También está el factor emocional; la preocupación excesiva de los padres puede transmitirse al niño, y ya sabemos que el estrés afecta directamente la digestión.
He visto casos en los que los padres restringen demasiado la dieta, por miedo a desencadenar otro episodio, lo que a su vez priva al niño de nutrientes esenciales y puede exacerbar el problema.
Es un verdadero laberinto si no se tiene la información adecuada y la guía de un profesional.
Cuando la flora intestinal se rebela: Desequilibrios microscópicos
¿Os habéis parado a pensar alguna vez en la enorme cantidad de microorganismos que viven dentro de nosotros? Millones, billones de ellos, forman lo que conocemos como microbiota o flora intestinal.
Son como pequeños inquilinos que trabajan incansablemente para ayudarnos a digerir los alimentos, sintetizar vitaminas e incluso modular nuestro sistema inmune.
Cuando este delicado ecosistema se desequilibra, ¡ay!, es cuando empiezan los problemas. Es como tener una orquesta donde de repente algunos músicos desafinan o se ausentan.
Este desequilibrio, conocido como disbiosis, puede ser la causa raíz de que el intestino de nuestros peques no sepa si ir para adelante o para atrás, manifestándose con esta alternancia tan frustrante entre estreñimiento y diarrea.
Mi propia hija pasó por una etapa después de una serie de catarros en los que le recetaron varios antibióticos, y notaba que su digestión nunca terminaba de asentarse.
Era un día estreñida, otro día con heces blandas. Fue ahí cuando empecé a investigar más a fondo sobre la importancia de restaurar esa flora, y el cambio fue asombroso.
El papel crucial de los probióticos naturales
Los probióticos son, en esencia, bacterias “buenas” que, cuando se administran en cantidades adecuadas, confieren un beneficio para la salud del huésped.
En mi experiencia, y lo que me han confirmado muchos especialistas, son fundamentales para restaurar el equilibrio de la microbiota. No me refiero solo a los suplementos (que deben ser bajo supervisión médica), sino también a los alimentos fermentados que naturalmente los contienen.
Yogur natural sin azúcar, kéfir, chucrut (si los niños lo aceptan), e incluso algunos quesos. He visto cómo introducir estos alimentos de forma gradual y constante ha ayudado a estabilizar el tránsito intestinal de muchos peques.
No es una solución mágica de un día para otro, pero es una estrategia a largo plazo que fortalece la salud digestiva. Es como sembrar semillas en un jardín; necesitan tiempo y cuidado para crecer y florecer.
Y lo mejor de todo es que son una forma natural y deliciosa de cuidar la barriguita de nuestros hijos.
¿Antibióticos y su impacto a largo plazo?
No podemos negar la importancia vital de los antibióticos en la lucha contra las infecciones bacterianas, son un avance médico increíble. Sin embargo, su acción, aunque selectiva para las bacterias patógenas, a menudo no distingue entre “buenas” y “malas”, eliminando también una parte de nuestra beneficiosa flora intestinal.
Esto puede dejar el intestino vulnerable, facilitando la proliferación de microorganismos menos deseables y alterando la función digestiva. Es por eso que, después de un tratamiento antibiótico, es tan común ver a los niños con diarrea o, curiosamente, con estreñimiento.
La recuperación de esa flora puede llevar semanas o incluso meses. Recuerdo el debate que tuve con mi suegra cuando mi hijo tuvo una otitis. Ella creía que no necesitaba probióticos porque no tenía diarrea evidente, pero yo insistí, basándome en lo que había aprendido, en que era clave para prevenir futuros desequilibrios.
Y la verdad es que funcionó de maravilla, evitando esas idas y venidas al baño que nos volvían locas.
Sensibilidades ocultas y la dieta de nuestros peques: Más allá de lo obvio
A menudo, lo que nuestros hijos comen es el principal sospechoso cuando surgen problemas digestivos. Pero no siempre se trata de una alergia alimentaria evidente con urticaria o dificultad para respirar.
Muchas veces, son sensibilidades o intolerancias más sutiles, que no provocan reacciones inmediatas y dramáticas, sino una inflamación de bajo grado en el intestino que termina manifestándose de forma muy variada.
Y esta inflamación puede ser la responsable de que el intestino, en su intento por gestionar lo que le está haciendo daño, alterne entre un estado de lentitud (estreñimiento) y otro de aceleración (diarrea).
He visto casos en los que la eliminación de ciertos grupos de alimentos, que antes se consideraban totalmente inocuos, ha sido la clave para resolver estos misterios digestivos.
Es un proceso de detective, de ir probando y observando con paciencia, pero los resultados pueden ser realmente transformadores. No subestiméis el poder de la comida en el bienestar de la barriguita de vuestros hijos.
Intolerancias que no sabíamos que existían
La intolerancia a la lactosa y al gluten son las más conocidas, pero existen muchas otras sensibilidades que pueden pasar desapercibidas. Por ejemplo, a la fructosa, a ciertos aditivos alimentarios, o incluso a algunas proteínas presentes en alimentos “saludables” como el huevo o la soja.
Estas intolerancias no suelen dar síntomas agudos como una alergia, sino que se manifiestan con molestias digestivas crónicas: gases, hinchazón, dolor abdominal, y sí, ¡la temida alternancia entre estreñimiento y diarrea!
Es como si el intestino de nuestro peque se sintiera atacado constantemente por algo que no puede procesar bien, y reacciona de diferentes maneras. La única forma de detectarlas es a través de una dieta de eliminación bien estructurada y reintroducción gradual bajo la guía de un especialista, o mediante pruebas específicas.
No se trata de eliminar alimentos al azar, sino de hacerlo con un plan y mucha observación. Mi prima descubrió la intolerancia a la fructosa de su hijo después de meses de frustración, y fue un antes y un después en su calidad de vida.
Azúcares y procesados: ¿Los villanos silenciosos?
En el mundo actual, nuestros hijos están expuestos a una cantidad abrumadora de alimentos procesados y azúcares añadidos. Estos productos, aunque deliciosos y convenientes, pueden ser un verdadero campo de minas para la delicada digestión infantil.
Los azúcares simples en grandes cantidades pueden fermentar en el intestino, causando gases, hinchazón y diarrea osmótica (cuando el azúcar arrastra agua al intestino).
Por otro lado, la falta de fibra en muchos alimentos procesados puede contribuir al estreñimiento. Es un círculo vicioso. Personalmente, he notado un cambio radical en el tránsito intestinal de los niños cuando se reduce drásticamente el consumo de refrescos, zumos industriales, bollería y snacks ultraprocesados.
No es que tengan que vivir sin un dulce de vez en cuando, ¡claro que no! Pero la clave está en el equilibrio y en que la base de su alimentación sean alimentos reales y nutritivos.
Es el cambio que más cuesta implementar, lo sé, pero el que más recompensas trae.
Infecciones que confunden: Un tira y afloja digestivo
No todas las causas de estas idas y venidas intestinales son dietéticas o de microbiota. A veces, hay un intruso, un agente patógeno que ha decidido instalarse temporalmente en el intestino de nuestro peque.
Y estas infecciones, ya sean virales, bacterianas o incluso parasitarias, pueden tener un efecto devastador en la función digestiva, provocando síntomas muy variados que pueden confundirnos.
Es como si el intestino estuviera en una batalla constante, intentando defenderse y expulsar al invasor, y en ese proceso, su funcionamiento normal se ve completamente alterado.
He visto cómo una infección viral que parecía una gripe de barriga típica se prolongaba durante semanas, con episodios alternos de diarrea y estreñimiento, dejando a los padres agotados y preocupados.
Es importante recordar que el intestino es un órgano muy resiliente, pero también muy sensible a las agresiones externas, y estas infecciones son una de las formas más directas de agresión.
Virus y bacterias: ¿Quién es el culpable esta vez?
Las gastroenteritis virales son archiconocidas en la infancia. Casi todos los niños las padecen varias veces al año. Suelen empezar de forma aguda con diarrea y vómitos, pero a medida que el virus va desapareciendo, el intestino puede quedar un poco “sensible” y tardar en recuperar su ritmo normal, pudiendo derivar en episodios de estreñimiento antes de normalizarse del todo.
Las infecciones bacterianas, por otro lado, a menudo son más severas y pueden causar una diarrea más persistente, con fiebre y malestar general. Sin embargo, en algunos casos, ciertas bacterias o sus toxinas pueden causar espasmos intestinales o lentitud en el tránsito, lo que también lleva a esa alternancia.
La forma de distinguirlos, y la verdad es que es crucial, es a través de un análisis de heces. Es la única manera de saber exactamente qué bicho está causando el problema y poder atacarlo con el tratamiento adecuado.
No subestimemos el poder de un buen diagnóstico en estos casos.
Parasitosis: Un enemigo a menudo olvidado

Los parásitos intestinales son esos pequeños “huéspedes” no deseados que, aunque menos frecuentes en algunos países que en otros, no debemos descartar, especialmente si nuestros hijos están en contacto con guarderías, piscinas o viajes.
Gusanos como los oxiuros (muy comunes y que causan picor anal) o parásitos microscópicos como Giardia lamblia, pueden vivir en el intestino y causar una variedad de síntomas digestivos, incluyendo esa fastidiosa alternancia entre estreñimiento y diarrea.
No siempre son fáciles de detectar porque a veces los síntomas son muy inespecíficos, o se confunden con otras cosas. Mi experiencia con el hijo de una amiga, que estuvo meses con estos problemas y resultó ser Giardia, me enseñó que siempre hay que tenerlos en cuenta, sobre todo cuando los síntomas se prolongan en el tiempo y no se encuentra una causa clara.
Una simple muestra de heces puede sacarnos de dudas y llevarnos a un tratamiento eficaz.
El estrés y las emociones: El cerebro y el intestino, ¡conectados!
¿Alguna vez habéis sentido “mariposas en el estómago” antes de un evento importante? O quizás un “nudo en el estómago” por preocupación. Esto no es casualidad, es la evidencia de la conexión íntima y bidireccional entre nuestro cerebro y nuestro intestino, el famoso “eje cerebro-intestino”.
En los niños, esta conexión es especialmente sensible. El estrés, la ansiedad, los cambios emocionales o situaciones de tensión en el entorno familiar pueden tener un impacto directo y muy real en su sistema digestivo, alterando el ritmo normal del intestino y provocando esa montaña rusa de estreñimiento y diarrea.
Como madre, he notado que en épocas de exámenes o de cambios importantes en casa, mis hijos suelen presentar alguna que otra molestia digestiva, y es ahí cuando me doy cuenta de lo interconectados que estamos.
No podemos ignorar el componente emocional cuando hablamos de la salud intestinal de nuestros peques.
La ansiedad infantil y su reflejo en la barriguita
Los niños, aunque parezca que viven en un mundo despreocupado, también experimentan ansiedad. Miedos escolares, problemas con amigos, cambios familiares, incluso la presión por cumplir expectativas, pueden generar un nivel de estrés que se manifiesta físicamente.
Y uno de los lugares donde más se refleja es, precisamente, en el intestino. La ansiedad puede acelerar o ralentizar el tránsito intestinal, alterar la secreción de ácidos digestivos e incluso modificar la microbiota.
Es un círculo vicioso: la ansiedad causa síntomas digestivos, y los síntomas digestivos a su vez aumentan la ansiedad. Por eso, además de abordar las causas físicas, es fundamental prestar atención al estado emocional de nuestros hijos.
Ofrecer un ambiente seguro, escucharles, validar sus sentimientos y, si es necesario, buscar apoyo psicológico, puede ser tan importante como la dieta o los probióticos.
Rutinas y ambiente familiar: ¿Influencia en su digestión?
Los niños prosperan con las rutinas. Un horario regular para comer, ir al baño, jugar y dormir les proporciona seguridad y estabilidad. Las interrupciones en estas rutinas, como viajes, cambios de escuela o incluso un fin de semana lleno de actividades, pueden desequilibrar su reloj interno y, por ende, su digestión.
Un ambiente familiar tenso o caótico también puede ser una fuente de estrés silencioso para los niños, afectando su bienestar gastrointestinal. Recuerdo que cuando nos mudamos de casa, mi hijo pequeño estuvo unas semanas con estreñimiento y luego diarrea de forma alterna.
No era la comida, ni un virus, era el estrés del cambio, la nueva escuela, todo. Una vez que nos asentamos y recuperamos las rutinas, su digestión volvió a la normalidad.
Crear un ambiente tranquilo y predecible en casa es un regalo que hacemos a la salud física y emocional de nuestros hijos.
Cuándo buscar ayuda: Señales de alarma y la importancia del pediatra
Es normal que los niños tengan alguna molestia digestiva de vez en cuando. Pero cuando los episodios de estreñimiento y diarrea se vuelven frecuentes, se prolongan en el tiempo, o van acompañados de otros síntomas preocupantes, es crucial no dudar y buscar la opinión de un profesional de la salud.
Como madres, tenemos un instinto innato para saber cuándo algo no va bien con nuestros hijos, y debemos confiar en él. A veces, la tentación de buscar soluciones rápidas en internet o de seguir consejos de amigos es fuerte, pero la realidad es que cada niño es un mundo, y un diagnóstico preciso y personalizado por parte del pediatra es insustituible.
No se trata de alarmarse por cada pequeña cosa, sino de ser vigilantes y saber cuándo la situación realmente requiere una intervención médica.
Síntomas que nunca debemos ignorar
Hay ciertas señales de alarma que nos indican que debemos consultar al pediatra sin demora. Si junto con la alternancia de estreñimiento y diarrea, vuestro hijo presenta fiebre alta, vómitos persistentes, sangre en las heces (ya sea roja brillante o de color muy oscuro), pérdida de peso inexplicada, dolor abdominal intenso que no cede, o signos de deshidratación (boca seca, ojos hundidos, poca orina), es una urgencia médica.
También si el niño está apático, muy irritable o no quiere comer. Estos síntomas sugieren que puede haber una condición subyacente más seria que requiere atención médica inmediata.
Sé que a veces podemos tener miedo de “ser exageradas”, pero cuando se trata de la salud de nuestros hijos, es mejor pecar de precavidas. Vuestra tranquilidad y la salud de vuestro peque lo valen.
La importancia de un diagnóstico preciso
Como hemos visto, las causas de esta alternancia digestiva pueden ser muy variadas, desde desequilibrios leves hasta condiciones más serias. Intentar adivinar o tratar a ciegas puede no solo ser ineficaz, sino también perjudicial.
Un pediatra o un gastroenterólogo pediátrico tienen la experiencia y las herramientas para realizar un examen completo, que puede incluir un historial detallado, exploración física y, si es necesario, pruebas de laboratorio como análisis de heces, análisis de sangre o pruebas de imagen.
Un diagnóstico preciso es la única manera de establecer un plan de tratamiento efectivo y seguro. No os quedéis con dudas ni con la frustración; buscar ayuda profesional es un acto de amor y responsabilidad hacia nuestros hijos.
Es el camino más corto y seguro hacia la recuperación y el bienestar digestivo.
| Problema Digestivo | Posibles Causas | Estrategias de Apoyo |
|---|---|---|
| Estreñimiento |
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| Diarrea |
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| Alternancia Estreñimiento/Diarrea |
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Estrategias para un intestino feliz: Consejos prácticos para el día a día
Después de entender las posibles causas de esta confusión digestiva, la pregunta del millón es: ¿qué podemos hacer en casa para ayudar a nuestros pequeños?
La buena noticia es que hay muchas estrategias prácticas que podemos implementar en el día a día, que no solo aliviarán los síntomas, sino que también promoverán una salud intestinal duradera.
Se trata de crear hábitos saludables y un entorno que favorezca el bienestar digestivo. He aprendido, a base de prueba y error, que la constancia y la paciencia son nuestras mejores aliadas.
No esperemos cambios de la noche a la mañana, pero cada pequeño paso que damos en la dirección correcta suma un montón. Al final, lo que buscamos es que nuestros hijos tengan una barriguita feliz y que puedan disfrutar de su infancia sin estas molestas interrupciones digestivas.
Hidratación y fibra: Los pilares de una buena digestión
Estos dos elementos son la base de una digestión saludable, y no me cansaré de repetirlo. El agua es esencial para ablandar las heces y facilitar su paso, previniendo el estreñimiento.
Si los niños no beben suficiente agua, por mucho que coman fibra, esta puede volverse contraproducente y empeorar el estreñimiento. Así que, ¡a ofrecerles agua constantemente!
Por otro lado, la fibra, presente en frutas, verduras, legumbres y cereales integrales, actúa como un “cepillo” natural para el intestino, ayudando a que todo se mueva a un ritmo adecuado.
Pero ojo, la clave está en una introducción gradual de la fibra para evitar gases y molestias, y siempre acompañada de una buena hidratación. He notado que cuando mis hijos incluyen diariamente un buen plato de verduras y al menos dos piezas de fruta, sus digestiones son mucho más regulares y felices.
¡Es un dúo imbatible!
Movimiento y juego: No solo para los músculos
Aunque a menudo asociamos el ejercicio con la fuerza muscular o la salud cardiovascular, la actividad física también juega un papel crucial en la salud digestiva.
El movimiento del cuerpo ayuda a estimular el movimiento natural del intestino, lo que se conoce como peristaltismo. Los niños que pasan mucho tiempo sentados o que son menos activos tienen más probabilidades de sufrir estreñimiento.
Por eso, animarles a jugar al aire libre, correr, saltar, practicar deportes o simplemente moverse de forma espontánea, es una estrategia maravillosa para mantener su intestino activo y feliz.
Además, el juego y la actividad física son excelentes para reducir el estrés, y como ya hemos visto, la conexión entre el cerebro y el intestino es muy fuerte.
Así que, ¡a salir y a disfrutar! Veréis cómo no solo mejora su digestión, sino también su estado de ánimo y su energía.
Para cerrar este capítulo
¡Uf, qué viaje hemos tenido por el fascinante y a veces caprichoso mundo digestivo de nuestros pequeños! Sé que puede ser abrumador, pero quiero que os llevéis un mensaje de esperanza y de empoderamiento. Entender que el tránsito intestinal de vuestros hijos es un reflejo de muchísimos factores interconectados es el primer paso para acompañarles mejor en este camino. No estáis solas en esto, y cada pequeña acción consciente que toméis, desde la alimentación hasta el manejo de las emociones, cuenta muchísimo. Confío plenamente en vuestro instinto y en vuestra capacidad para ser las mejores detectives de la salud de vuestros peques.
Datos curiosos y muy útiles que no te contaron
1. ¿Sabías que el “estreñimiento con fuga” es sorprendentemente común? Es cuando heces muy duras se atascan, y el líquido las rodea, pareciendo diarrea. ¡Una verdadera ilusión óptica intestinal!
2. Tu hijo podría tener una intolerancia alimentaria silenciosa que no da alergia, pero inflama su intestino, causando esa alternancia entre estreñimiento y diarrea. ¡No todo es tan obvio!
3. Los probióticos naturales, como el yogur o el kéfir, son como pequeños jardineros para la flora intestinal de tus hijos. ¡Un buen equilibrio en su “jardín” es clave para una digestión feliz!
4. El estrés en los niños no es solo “cosa de mayores”. Las preocupaciones escolares o los cambios en casa pueden afectar directamente su barriguita, conectando el cerebro y el intestino más de lo que imaginamos.
5. Más allá de la dieta, la actividad física y una buena hidratación son pilares fundamentales para un tránsito intestinal sano. ¡Anima a tus peques a moverse y beber agua para un intestino feliz y activo!
Lo más importante que no debes olvidar
Querida comunidad, si hay algo que quiero que retengáis de todo lo que hemos compartido hoy, es la complejidad y la maravilla del sistema digestivo infantil. La alternancia entre estreñimiento y diarrea no es una rareza, sino un llamado de atención de un intestino que está intentando comunicarse. Mi propia experiencia me ha enseñado que cada niño es un universo, y lo que funciona para uno, quizás no lo haga para otro. La clave está en la observación, la paciencia y, sobre todo, la confianza en vuestro instinto maternal o paternal. No os sintáis culpables si no encontráis la solución a la primera; este es un camino de aprendizaje continuo.
Recordad la importancia vital de la hidratación y la fibra en la dieta diaria, pero siempre de manera equilibrada y adaptada a cada edad. Prestad atención a cómo los azúcares y los alimentos ultraprocesados pueden ser los villanos silenciosos. Y, por favor, no subestiméis el poder de las emociones y del estrés en la barriguita de vuestros hijos; un ambiente familiar tranquilo y unas rutinas estables pueden hacer milagros. Pero, ante la duda o si los síntomas persisten o empeoran, no hay nada más valioso que la opinión de un profesional de la salud. Un diagnóstico preciso es vuestro mejor aliado para devolverle a vuestro peque la alegría de una digestión sin sobresaltos. ¡Vamos a seguir construyendo juntos ese camino hacia la salud intestinal!
Preguntas Frecuentes (FAQ) 📖
P: ¿Es normal que mi hijo tenga estreñimiento y diarrea de forma alternada? ¿A qué se debe esto?
R: ¡Ay, esta es la pregunta del millón que me habéis hecho mil veces! Y os entiendo perfectamente, porque ver a nuestros hijos así es desesperante. Mira, la verdad es que, aunque parezca contradictorio, no es tan inusual como creemos.
Me he dado cuenta, por experiencia propia y por lo que aprendo de los expertos, que detrás de estos vaivenes digestivos hay varias razones principales que, a menudo, están conectadas.
Una de las causas más frecuentes que he visto es el Síndrome del Intestino Irritable (SII) en niños, que, como ya me han explicado varios pediatras, es cuando el intestino de nuestro peque reacciona de forma hipersensible a ciertas cosas, ya sea la comida, el estrés o incluso cómo se comunican su cerebro y su tripita.
Esto puede hacer que un día el tránsito se ralentice, causando estreñimiento, y al siguiente se acelere demasiado, resultando en diarrea. Es como si el intestino estuviera un poco “desorientado”.
Otra cosa que he aprendido es sobre la importancia de la microbiota intestinal, esa comunidad de bichitos buenos que viven en el intestino. Cuando hay un desequilibrio, lo que los especialistas llaman “disbiosis”, la digestión se puede resentir muchísimo, y esto puede manifestarse con patrones irregulares, incluyendo la alternancia entre estreñimiento y diarrea.
¡Una alimentación poco variada, o incluso algún ciclo de antibióticos, pueden alterar este delicado equilibrio! Y no podemos olvidarnos de las sensibilidades o intolerancias alimentarias.
Recuerdo cuando mi sobrina, después de un tiempo con síntomas similares, descubrimos que tenía cierta sensibilidad a algunos lácteos. No era una alergia severa, pero su cuerpo no los procesaba bien, y eso le provocaba este tipo de caos digestivo.
Ciertos alimentos pueden ser detonantes, y el cuerpo de nuestros peques, al no digerirlos bien, puede reaccionar con ambas cosas, estreñimiento por un lado (cuando no puede procesar la comida y se “atasca”) y diarrea por otro (cuando intenta eliminar lo que le sienta mal).
A veces, incluso una gastroenteritis pasada puede dejar la flora intestinal un poco tocada y tardar un tiempo en recuperarse, generando estos episodios.
En resumen, es un panorama complejo, pero no estás sola en esto.
P: Mi hijo está experimentando estos síntomas alternos, ¿qué puedo hacer en casa para ayudarle a sentirse mejor?
R: ¡Claro que sí! Como madre, sé que lo primero que queremos es aliviar el malestar de nuestros hijos. Aquí te comparto algunas cosas que, a mi parecer, han marcado una gran diferencia en mi propia experiencia y en la de muchas familias que me han consultado:Primero, y esto es fundamental: ¡la hidratación!
Cuando hay diarrea, pierden muchos líquidos, y si luego viene el estreñimiento, la falta de agua empeora las heces duras. Asegúrate de que beba agua abundantemente durante todo el día, calditos suaves, o incluso soluciones de rehidratación oral si la diarrea es persistente.
No vale con un vaso de vez en cuando, ¡hay que insistir con cariño! En cuanto a la alimentación, he comprobado que una dieta rica en fibra es una aliada increíble.
Pero ojo, no toda la fibra es igual. Introduce gradualmente frutas como la pera, la manzana (con piel si es posible), ciruelas, y verduras cocidas como calabacín o zanahoria.
Los cereales integrales también son maravillosos. He notado que cuando mis hijos comen más alimentos naturales y menos procesados, su pancita funciona mucho mejor.
Evitar azúcares refinados y grasas en exceso también es clave, ya que pueden irritar el intestino. Si sospechas de alguna sensibilidad, como la lactosa o el gluten, puedes probar a reducirla bajo supervisión médica y ver si mejora.
Otro pilar importantísimo es la rutina. ¡Sí, incluso para ir al baño! Anímale a sentarse en el inodoro después de las comidas, aunque sea solo por unos minutos, sin presiones.
Crea un ambiente relajado y positivo. He descubierto que el estrés, aunque no lo parezca, tiene un impacto brutal en el intestino, así que actividades tranquilas, cuentos, y momentos de conexión pueden hacer maravillas.
Y, por supuesto, ¡el movimiento! Un niño activo es un intestino activo. Salir a jugar, correr, ir al parque…
todo ayuda a que su sistema digestivo funcione mejor. He notado que un buen probiótico, recomendado por el pediatra, también puede ser un gran amigo para reequilibrar esa flora intestinal.
P: ¿Cuándo debo dejar de probar remedios caseros y llevar a mi hijo al médico por estos síntomas digestivos?
R: Esta es una pregunta crucial y me alegra mucho que la hagas, porque, aunque como padres intentamos resolverlo todo en casa, hay señales que no podemos ignorar.
He aprendido, a veces por el camino difícil, que hay momentos en los que la consulta con el pediatra es indispensable, y no debemos dudar. Si los episodios de estreñimiento y diarrea se vuelven muy frecuentes o duran más de un par de semanas sin que notes mejoría con los cambios en casa, es un claro indicador de que necesitamos ayuda profesional.
Además, hay otros “semáforos en rojo” a los que siempre estoy atenta y te animo a ti también a estarlo:Si ves sangre en las heces de tu hijo, por poca que sea.
¡Esto es una señal de alerta inmediata! Si tu peque empieza a perder peso inexplicablemente o no gana el peso esperado. Si tiene fiebre sin una causa aparente, sobre todo si es alta.
Si lo notas muy decaído, sin energía, o con signos de deshidratación como boca seca, ojos hundidos, o si orina muy poco. Si experimenta un dolor abdominal muy intenso y repentino que no cede, o si el abdomen se le hincha de forma notable.
Si vomita de forma constante. Créeme, ante cualquiera de estas señales, no lo dudes ni un segundo. Es mejor pecar de precavidos.
Los médicos tienen las herramientas para descartar problemas más serios y ofrecer un diagnóstico y tratamiento adecuados. A veces, con un simple ajuste en la medicación o la dieta, o con un diagnóstico específico como el de SII o una intolerancia, nuestros hijos pueden recuperar su bienestar.
Escucha tu instinto de madre o padre; si algo te preocupa, busca siempre el consejo de un profesional.






